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Rómulo Gallegos, el novelista que retrató el paisaje venezolano

Mucho se ha escrito sobre el autor de Doña Bárbara, el novelista que plasmó en las páginas de su obra la eterna lucha entre barbarie y civilización. A 136 años del natalicio de Rómulo Gallegos, es propicio recordar la notable producción de este autor que llevó la novela venezolana a los más altos niveles.

Nacido en Caracas, el 2 de agosto de 1.884, Rómulo Gallegos intentó estudiar Derecho en la Universidad Central de Venezuela, pero la vocación por la escritura le hizo abandonar la carrera. En 1.912 se casa con Teotiste Arocha. Por esos años trabaja en el Colegio Federal de Caracas, que luego sería el Liceo Caracas, del que fue Director. Allí tuvo la oportunidad de conocer a Raúl Leoni, Rómulo Betancourt y otros jóvenes, con quienes años más tarde fundaría el partido Acción Democrática.

Novelista y político

En 1.920 Rómulo Gallegos publica su primera novela, El Último Solar, que luego se reeditaría como Reinaldo Solar. Sigueron Doña Bárbara (1.929), Cantaclaro (1.934) y Canaima (1.935), que le consolidaron como gran novelista. El año de 1.935 marca su incorporación a la actividad política en Venezuela luego de la muerte de Juan Vicente Gómez.

En 1.947, representando a Acción Democrática, Gallegos es electo Presidente de la República, pero en noviembre del año siguiente es derrocado y se exila en México. No regresó al país sino luego de la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. El escritor murió en 1.969, en la misma ciudad que le vio nacer.

Gallegos dejó una obra que le otorga un merecido puesto entre los mejores escritores de Venezuela y Latinoamérica. En reconocimiento a su producción literaria, se creó el premio Nacional de Novela Rómulo Gallegos, que se otorga cada dos años.

El llano indómito en Doña Bárbara

Publicada en 1.929, Doña Bárbara es sin duda la novela más conocida del escritor caraqueño y la que le ganó el reconocimiento universal. Una obra que retrata un país afectado por la corrupción pero con gente dispuesta a cambiar esa situación. Rómulo Gallegos viajó al llano para tener la vivencia de lo que plasmaría en las páginas de su libro y nos regala una descripción única de esa tierra:

Avanza el rápido amanecer llanero. Comienza a moverse sobre la sabana la fresca brisa matinal, que huele a mastranto y a ganados. Empiezan a bajar las gallinas de las ramas del totumo y del merecure; el talisayo insaciable les arrastra el manto de oro del ala ahuecada, y una a una las hace esponjarse de amor. Silban las perdices entre los pastos. En el paloapique de la majada, una paraulata rompe su trino de plata. Pasan los voraces pericos, en bulliciosas bandadas; más arriba, la algarabía de los bandos de güiriríes, los rojos rosarios de coroceras; más arriba todavía, las garzas blancas, serenas y silenciosas. Y bajo la salvaje algarabía de las aves que doran sus alas en la tierna luz del amanecer, sobre la ancha tierra por donde ya se dispersan los rebaños bravíos y galopan las yeguadas cerriles saludando al día con el clarín del relincho, palpita con un ritmo amplio y poderoso la vida libre y recia de la llanura. Santos Luzardo contempla el espectáculo desde el corredor de la casa y siente que en lo íntimo de su ser olvidados sentimientos se le ponen al acorde de aquel bárbaro ritmo.

Doña bárbara 1.929
Amanecer en el llano
Amanecer en el llano. Fuente: Pxfuel.

El Orinoco y Canaima

Canaima, publicada en 1.935, presenta una trama donde la lucha por el poder, el caciquismo y la lucha contra la naturaleza se constituyen en una denuncia sobre el caudillismo. La descripción que hace Rómulo Gallegos de la tierra bañada por el Orinoco transporta al lector a la selva, con toda la belleza de un paisaje dominado por la presencia del agua:

Término fecundo de una larga jornada que aún no se sabe precisamente dónde empezó, el río niño de los alegres regatos al pie de la Parima, el río joven de los alardosos escarceos de los pequeños raudales, el río macho de los iracundos bramidos de Maipures y Atures, ya viejo y majestuoso sobre el vértice del Delta, reparte sus caudales y despide sus hijos hacia la gran aventura del mar: y son los brazos robustos reventando chubascos, los caños audaces que se marchan decididos, los adolescentes todavía soñadores que avanzan despacio y los caños niños, que se quedan dormidos entre los verdes manglares.
Verdes y al sol de la mañana y flotantes sobre aguas espesas de limos, cual la primera vegetación de la tierra al surgir del océano de las aguas totales; verdes y nuevos y tiernos, como lo más verde de la porción más tierna del retoño más nuevo, aquellos islotes de manglares y borales componían, sin embargo, un paisaje inquietante, sobre el cual reinara todavía el primaveral espanto de la primera mañana del mundo.
A trechos apenas divisábase alguna solitaria garza inmóvil, como en espera de que acabase de surgir aquel mundo retardado; pero a trechos, caños dormidos de un laberinto silencioso, la soledad de las plantas era absoluta en medio de las aguas cósmicas.

Canaima (1.935)
Delta del Orinoco
Delta del Orinoco. Fuente: Antolín Martínez A. / Wikimedia (CC BY-SA 3.0).

El paisaje de Caracas visto por Rómulo Gallegos

Pobre Negro, publicada en 1.937, se ambienta en la segunda mitad del siglo XIX, durante un largo período que inicia con la abolición de la esclavitud en Venezuela y describe el racismo y las relaciones de dominación de la época. Los escenarios donde se produce la acción pasan por las costas de Barlovento y la ciudad de Caracas. En esta novela Rómulo Gallegos ofrece descripciones vívidas de los paisajes donde se desenvuelven los personajes:

Los chaguaramos altaneros, arpa del atardecer el penacho de las palmas quietas, con trinos de chirulíes y rajeos de azulejos; los gigantescos mijaos, bosques de ramas para los nidos de todos los pájaros del valle; los torreones de los trapiches dando su humo laborioso al aire descuidado. Acaso cantares de esclavos en el corte del tablón, con dejos de memorias que buscan recuerdos perdidos. De rato en rato, olor de melado que endulza el viento suave; de trecho en trecho, rumor de acequias… La algarabía de la atardecida vuelta de las guacharacas al silencio de los boscosos cangilones, por donde a saltos venía bajando el Sebucán. El franciscano reposo del monte, tendida la estameña del crepúsculo, beata la paz de las cumbres de la Silla de Caracas… La melancólica evocación del indio, despojado señor de aquellas tierras, que conservan las palabras guaruras caídas en la derrota: Chacao, Petare, el rumoroso encuentro del Caurimare con el Guaire que alimentó el Macarao… La sorpresa siempre emocionante de La Cortada traspuesta: cumbres, lomas, laderas, quiebras y hondonadas, lejanías azules y esa serenidad religiosa en que se sumergen las montañas para el encendimiento de las estrellas, honda hasta el rumor del agua que corre allá abajo, tierna en el piar fugitivo de los pájaros que vienen recogiendo el vuelo, dulce como una tristeza que diera la felicidad…

Pobre negro (1.937)
El Ávila
El Ávila. Fuente: Nelson Pérez / Wikimedia (CC BY-SA 3.0).
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